Juan Manuel Reyes Reyes
Es
maestro de educación primaria con funciones de supervisor escolar en el sistema
estatal en Chiapas, México; así mismo se desempeña como asesor académico en los
programas de Maestría en Educación con Especialización y Doctorado en
Desarrollo Educativo en el Instituto de Estudio de Posgrado (IEP), sede
Tapachula, Chiapas. Combina la actividad académica con el placer de la lectura
y la narrativa literaria, especialmente poesía, cuentos y relatos breves
publicados en revistas nacionales.
Ha publicado el relato de
experiencia El sueño roto de Rosita Jiménez, en el libro Educación y
perspectiva de género. Experiencias escolares, propuestas didácticas y
proyectos escolares, Secretaría de Educación Pública, 2007. Poemas: Cómo
decirte que no moriremos y Dices que la muerte es no existir, en la Revista de
la Fundación Armando Dulavier, Año 1, No. 4, 15 de mayo de 2018. Poemas:
Promesas incumplidas, Introspección, Lo que cuesta el silencio del pueblo y
Palabras que no mueren, en Revista Sentido y Destino, Centro de Estudios para
el Sentido, la Investigación y el Desarrollo Humano (CESIDEH), No. 2, segundo
semestre, Puebla, Puebla, México, 2016. Poemas: De la Vida y de la Muerte,
Revista de Psicología, Pedagogía y Psicoterapia, Instituto Universitario Carl
Roger, Plantel Tabasco, Año 2, No. 2, Otoño 2019, Tabasco, México. Ensayo: La
literatura como medio para fortalecer el quehacer docente, Revista Electrónica
de Difusión y Divulgación Educativa del Instituto de Estudio de Posgrado, No.
2, especial, año 3, febrero de 2019, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Historias que
suceden en la escuela (El peso de un dolor callado, Amargura por las tareas,
Pasión por educar, La hora de la lluvia), Revista Electrónica de Difusión y
Divulgación Educativa del Instituto de Estudio de Posgrado, No. 4, junio de
2019, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Relato literario: Reminiscencia de una
anécdota: infancia y docencia, en la Revista Latinoamericana de Educación y
Estudios Interculturales, Vol. 4 Número 1, enero –marzo 2020, CRESUR.
Los libros, mi memoria
Por: Juan Manuel Reyes
Los libros son mi memoria,
sustancias que me constituyen, rastros de mis pasos sobre el camino sinuoso,
ventanas del tiempo inagotable, luminosidad de un pensar que difumina las
sombras de la ignorancia todavía persiguiéndome a todos lados como perro que
juega a cruzarse divertido por entre las pocas certezas. Los libros me
enseñaron en la segunda infancia, y para siempre, a beber de sus savias el
sedimento de las palabras que significan al mundo, el elixir de las letras
impregnadas en las hojas que me nombran y ensanchan la mirada; a saborear el
néctar de las flores con sus decires para saciar el deseo temprano del saber.
Los libros son mi memoria, me han
visto crecer, tentar el pasto húmedo del rocío que sube de los pies al alma; al
principio ingenuo, sostenido por la vara con que padres y maestros, sin
malicia, ajustaron el crecimiento a la atura de sus medidas, determinaron las
vueltas a la manivela de mi aprendizaje y el mecanismo giró al sentido exacto
de las manecillas del reloj; balbuceé, tímido, el idioma primario, orgánico, el
verbo rudimentario que señaló al instante la tierra que sostiene mis vértebras
—sitio seguro del reposo eterno— y crecieron en sus ramas las palabras,
inclinadas en la línea de un pensar dominado; aprendí a citar los seres y las
cosas inmediatas, al alcance de la mano, limpiando de polvo las formas,
llenando el significante en sus moldes, avivando el horno donde se cocina el
lenguaje.
Los libros son mi memoria, me vieron
crecer, revolotearon excitantes sus majestuosas alas amarillas alrededor del
pensar terriblemente limitado, se dejaron atrapar sin resistencia y alimentaron
el espíritu cándido con decires nunca enunciados; fermentaron el sabor de las
palabras, revolvieron el orden dispuesto en los esquemas rígidos de la memoria
y dejaron abierto el flujo de ideas incontenibles que desbordaron poblando
otros bosques, siguiendo cuesta arriba, recreando las formas de citar los seres
y las cosas.
Los libros son mi memoria, huellas
indelebles, cicatrices sensibles que obligan a pasar a contraluz el contenido
de sus entrañas, arremeter la materia contra sí misma, a disponer el espíritu
de confrontación; pero nada ha sido fácil, emerger de sí, fisurar el duro
patrón instruido en el discurso dominante, descifrar las claves hegemónicas
impuestos en la temprana edad con amoroso cuidado. Los libros exigieron, más
tarde, trazar el propio camino; instaron a sacudir en sus ramas los limones,
apedrear las certezas y asir, con las múltiples voces, un propio lenguaje,
camino que no se agota.
Los libros son mi memoria, me
contienen, los contengo, se anidan alrededor de la experiencia que sigue siendo
ingenua —sombra fina que se posa sobre el haz de luz. Mi pobre ignorancia se
asoma en el horizonte, me persigue como ese perro fiel que mueve la cola de
alegría y gruñe a la menor provocación, hace que avance. Los libros me seguirán
viendo crecer, días contados en reversa montados en un alambre que tiembla, mi
mano sosteniendo a pulso errado el bendito perro alegre que me persigue a todas
horas: alabo ambas compañías.
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