Hace varios meses busqué en varios sitios incanzablemente la definición más apropiada de poesía, muchas eran las que coincidían o diferenciaban en algunos términos, pero en un corazón indomable ( de poeta) no quedé tranquilo hasta encontrar y definir la mía; porque la poesía, más allá de sus
raíces etimológicas griegas concebida como creación; o definida en
enciclopedias como el género literario que manifiesta la belleza o el
sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa. Es mucho más
que una forma de expresar
emociones, sentimientos, ideas y construcciones de la imaginación.
A lo largo del tiempo, por
diversos periódos históricos o movimientos literarios se le ha caracterizado de
diversas maneras, así mismo, según el momento en que viven los poetas le suelen
asignar ciertas características, ritmos o métricas. Para Platón ( por mencionar
a un erudito) la poesía era cualquier manifestación artística hecha por el ser
humano, el “hacer humano”, sin embargo, se le ha visto desde esos tiempos como un medio de comunicación.
Si nos adentramos a la
comprensión de la poesía como el encuentro en que cada lector otorga un nuevo
sentido y significado intrínseco al texto escrito, se vuelve entonces en una realidad
espiritual que va más allá del arte por el arte, esta nueva concepción
trasciende incluso, al lenguaje, en una forma de vida, que nos define en una totalidad,
como señala Ezra Pound en su
libro El arte de la poesía; el poeta tiene una importante
responsabilidad social porque moldea el imaginario de su tiempo.
La
poesía se convierte en el espacio infinito en que el ser humano encuentra el momento
sublime para conocerse y encontrarse así mismo desde sus más profundas raíces,
se libera y se extiende eternamente a los demás; quienes a su vez dan sentido
al otro y juntos moldean su entorno al momento que viven y que nunca más
volverá a ser igual, una vez se hayan entendido.
Carlos de la Cruz
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