domingo, 7 de octubre de 2012

PENA Y ALEGRÍA DEL AMOR

Mira cómo se me pone
la piel, cuando te recuerdo.

Por la garganta me sube
un río de sangre fresca,  
de la herida que atraviesa,
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos  
y cuchillos en los dedos
y en mi sien una corona
hecha de alfileres negros.
Mira cómo se me pone
la piel ca vez que me acuerdo
que soy un hombre casado...  
¡y sin embargo, te quiero!  

Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio;
de ortigas y de amapolas,
de cal de arenas y viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo
que anda rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo...

¡Ay, pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría,
quererte como te quiero!

Cuando por la noche a solas,
me quedo con tu recuerdo ,
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu lado,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento.
Y luego... ¡qué se me daba  
quedarme en tus brazos muerto!...  

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Nuestro amor es agonía,
luto, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego
con una espada de punta  
siempre pendida del techo.

Salgo de mi casa al campo
sólo con tu pensamiento,
para acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías del pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo aprieto entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.

Ayer, en la Plaza Nueva,
—vida, no vuelvas a hacerlo—
te vi besar a mi niño,
a mi niño el más pequeño,
y cómo lo besarías
—¡ay, Virgen de los Remedios!—
que fue la primera vez
que a mí me diste un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!

Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
y aunque la tierra se abra
y aun cuando lo sepa to´el pueblo
y ponga nuestra bandera
de amor a los cuatro vientos,
¡sígueme queriendo así,  
tormento de mis tormentos!  

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero! 
Rafael de Leon




Autor:Rafael de León 
(click al nombre ve su biografía)





versión cantada

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