JESUS
HERNÁN PEÑA ANTONIO
Poeta y orador tonalteco
nacido el 19 de octubre de 1994, profesor de educación básica no por vocación,
todos sus estudios los ha realizado en su natal Tonalá, Chiapas.
Hijo de los señores Hernán
Peña Velázquez e Isabel Antonio Suriano, desde los quince años participa en todos
los eventos y concursos poéticos.
El joven artista es un orador
nato, ha ganado diversos concursos donde se funde la voz del orador con el
poeta.
Autor del libro: Café cargado
de poesía.
Su trabajo ha sido publicado
también en las revistas Duvalier, Interdisciplinaria de Estudios
Latinoamericanos en el CRESUR, entre otras.
Jesús Hernán Peña, lleva su
joven poesía en las manos hecha de espuma, de vuelos, de quejidos de olas y
cada mañana escribe un verso que se enreda en el camino sinuoso de un caracol.
DISTANCIA PROLONGADA
Nuestro mundo
ahora son las paredes de una casa,
el escondite
perfecto para ganar la batalla,
ese monstruo
llamado Covid-19
nos ha
arrancado los ojos,
ha viajado en
tranvías,
en aviones,
en los
asientos de automóviles,
de un país a
otro.
Ni la muralla
china pudo detener su ira,
parece un
dragón de fuego
que hiere y
que mata,
que nos
aplasta a su paso.
Pero no
podemos luchar del todo contra él
porque es
invisible,
porque no
sabemos la hora, ni el día
en el que se
ha mutado de un cuerpo a otro,
solo vemos en
el televisor,
los cuerpos
en los hospitales,
encapsulados,
aislados, agonizando,
pero el
monstruo sigue ahí,
comiéndose a
cada persona,
parece no
saciar su hambre,
parece no
detener su furia.
Los cuerpos
en agonía,
brincando
como peces fuera del agua,
sembrados
como arboles
que son
consumidos por el comején y la polilla,
ya no les que
nada, ya no les queda nada
más que la muerte.
La muerte
silenciosa en la mañana,
guardados en
mantos de gruesa espesura,
sellados sin
el calor de la lagrima fúnebre,
nadie despide
a sus muertos,
nadie alcanza
a verlos
Porque esos
cuerpos
fueron
envenenados por el virus,
invadidos
hasta los huesos,
sellados en
el cajón perpetuo.
porque ahí
está la muerte,
sobre los
atardeceres,
sobre aquel cerro que cabalga,
sobre el
pedregal atravesando,
el rio y el
agua la guarda,
como una daga
mortal,
la muerte se
esconde,
solo veo su
sombra
en los
cuerpos sellados,
solo escucho
su nombre.
Cuando el
Covid-19 nos consume,
somos
llevados a prisa a los cementerios,
metidos
herméticamente en los crematorios,
florecemos en
el polvo atrapado en una urna,
no hay
tumultos, es la despedida más fría
de un ser que ha perdido la batalla,
y los que aun
vivimos nos invade la nostalgia,
pero seguimos
en casa, siguiendo las preinscripciones sanitarias.
Por: Jorge Èver
Gonzàlez Domìnguez.
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